La participació de les dones a la revolució francesa

Ja a la revolució francesa sorgiren les primeres veus femenines denunciant la seva situació i reivindicant els seus drets com a ciutadanes

A continuació adjunto uns fragments dels qiaderns de queixes escrits per les dones.


CUADERNOS DE QUEJAS DE LAS MUJERES

Los Cuadernos de quejas y lamentos (Cahiers de plaintes et doléances), elaborados en toda Francia en vísperas de la reunión de los Estados Generales, han proporcionado una excelente fuente documental para conocer la situación del pueblo francés en vísperas de la Revolución.
Los Cuadernos de quejas de las mujeres no son tan abundantes, pero existen y muestran elocuentemente el sentir y el pensar de muchas mujeres francesas de 1789.  Del libro Cahiers de doléances de femmes et autres textes. Ed. Des femmes, Paris 1981 (traducción española en: 1789-1793 La voz de las Mujeres en la Revolución Francesa. Cuadernos de quejas y otros textos (1989), Barcelona, Edicions de les dones) extremos algunos ejemplos.
Petición de las mujeres del Tercer Estado al Rey, 1 de enero de 1789.
Señor:
En un tiempo en el que los diferentes Órdenes del Estado se ocupan de sus intereses, en el que cada uno trata de hacer valer sus títulos y sus derechos; en el que los unos se atormentan por recordar los siglos de la servidumbre y de la anarquía, mientras que los otros se esfuerzan por librase de las últimas cadenas que les atan aún a un imperioso vestigio de feudalidad, las mujeres, continuos objetos de admiración o del desprecio de los hombres, las mujeres, en esta común agitación, ¿no podrán también hacer oír su voz?.
Excluidas de las Asambleas Nacionales por leyes demasiado bien cimentadas para contravenirlas, ellas, Señor, no os piden permiso para enviar sus diputados a los Estados Generales, pues demasiado bien saben cómo el favor contaría en la elección y cómo les sería fácil a los elegidos no respetar la libertad de los sufragios.
Preferimos, Señor, poner nuestra causa a vuestros pies, y no queriendo obtener nada más que de vuestro corazón, es a vuestro corazón al que dirigimos nuestras quejas y confiamos nuestras miserias.
Las mujeres del Tercer Estado nacen casi todas sin fortuna; su educación está totalmente olvidada o, incluso, es de baja calidad. Consiste en enviarlas a una escuela cuyo maestro no sabe la primera palabra de la lengua que enseña, y permanecen en ella hasta que saben leer el Oficio de la Misa en francés y las Vísperas en latín. Una vez conocidos los principales deberes de la religión, se las enseñan a trabajar, eso a la edad de los quince o dieciséis años, en que pueden ganar cinco o seis sueldos al día. Si la naturaleza les ha negado la belleza, se casan, sin dote, con desgraciados artesanos, vegetan penosamente en las provincias y dan la vida a los niños que no están en condiciones de criar. Si por el contrario nacen hermosas, sin cultura, sin principios, sin idea de moral, se convierten en presas del primer seductor, cometen una primera falta y vienen a París a ocultar su vergüenza, acaban por perderla totalmente y mueren víctimas del libertinaje.
Hoy que la dificultad de subsistir fuerza a miles de ellas a vender su conciencia, que los hombres encuentran más cómodo comprarlas por un tiempo que conquistarlas para siempre, las mujeres a las que una feliz inclinación lleva a la virtud, las que desean instruirse ... o han superado los defectos de su educación y saben de todo un poco, aunque sin haber aprendido nada, las mujeres que tienen una grandeza de alma ... y a las que se llama “beatas”, se ven obligadas a entrar en religión ... o se ven obligadas a ponerse a servir ...
Muchas veces por el hecho de nacer mujeres son desdeñadas por sus padres que se niegan a casarlas para concentrar su fortuna en la persona de su hijo al que destinan a perpetuar su nombre en la capital; porque es bueno que Su Majestad sepa que nosotras también tenemos nombres que conservar. Así, si la vejez les sorprende solteras, la pasan sufriendo y son objeto del desprecio de sus parientes más cercanos.
Para obviar tantos males, Señor, nosotras pedimos: que los hombres no puedan, bajo ningún pretexto, ejercer los oficios que son patrimonio de las mujeres, como costurera, bordadora, modista, etc. ; que se nos deje, por lo menos, la aguja y el huso y a nosotras no nos entrará nunca la manía de usar el compás y la escuadra.
Pedimos, Señor, que vuestra bondad nos proporcione los medios para hacer valer los talentos de que nos haya provisto la naturaleza, a pesar de las trabas que no cesan de poner a nuestra educación.
Que Vos nos asignéis los cargos que puedan ser ocupados por nosotras, que nos ocuparemos de ellos tras haber superado un examen  severo, después de informaciones seguras sobre la pureza de nuestras costumbres.
Pedimos ser ilustradas, poseer empleos, no para usurpar la autoridad de los hombres, sino para ser más estimadas; para que tengamos medios de vivir en el infortunio y que la indigencia no fuerce a las más débiles a formar parte de la legión de desgraciadas que invaden las calles y cuyo libertinaje audaz es el oprobio de nuestro sexo y de los hombres que las frecuentan.
Deseamos que esa clase de mujeres lleve una marca distintiva. Hoy en día, cuando adoptan incluso la modestia de nuestros vestidos, cuando se mezclan por todas partes, son todos los trajes posibles, nos sucede a veces que nos confunden con ellas; algunos hombres se equivocan y nos hacen enrojecer con su confusión. Sería conveniente que, bajo pena de trabajar en talleres públicos a favor de los pobres (sabemos que el trabajo es la mayor pena que se les puede infligir), no pudieran nunca quitarse esa marca. Sin embargo, nos damos cuenta que el imperio de la moda sería aniquilado y correríamos el riesgo de ver demasiadas mujeres vestidas del mismo color.
Os suplicamos, Señor, que establezcáis escuelas gratuitas donde podamos aprender nuestra lengua, los principios de la Religión y la moral; que una y otra sean presentadas en toda su grandeza, sin las pequeñas prácticas que atenúan su majestad; que nos formen el corazón, que nos enseñen, sobre todo, a practicar las virtudes de nuestro sexo, la dulzura, la modestia, la paciencia, la caridad; en cuanto a las artes del adorno, las mujeres las aprenden sin maestro. ¿Las ciencias?... No sirven más que para inspirar un necio orgullo, conducen al pedantismo, contrarían la expresión de la naturaleza y hacen de nosotras seres mixtos que raramente son esposas fieles y mucho menos buenas madres de familia.
Pedimos salir de la ignorancia para dar a nuestros hijos una educación sana y razonable, para formar personas dignas de serviros. Les enseñaremos a amar mucho el buen nombre de los franceses; les trasmitiremos en amor que tenemos por Vuestra Majestad;  pues deseamos dejar a los hombres el valor, el genio; pero les disputaremos siempre el peligroso, el precioso don de la sensibilidad; les desafiamos a amaros mejor que nosotras; la mayoría corres a Versalles por sus intereses; y nosotras Señor, para veros, cuando con esfuerzos y el corazón palpitante, podemos ver un instante vuestra augusta Persona, las lágrimas escapan de nuestros ojos; la idea de Majestad, de Soberano, se desvanece y no vemos en vos más que un Padre tierno, por el cual daríamos mil veces la vida
Quejas de las comerciantes de moda, plumajeras floristas de París  28 de mayo de 1789
Que el gremio, por respeto a las órdenes del rey, no ha querido reclamar en la convocatoria que se ha hecho por barrios para los Estados Generales, cuando al término de los reglamentos debía hacerse por corporaciones. Pero que este gremio numeroso que paga anualmente al rey una suma considerable, tanto en impuestos como en derechos de maestría y otros poderes, espera verse representado.
Artículo 1
Pide el gremio que todos los privilegios en lugares privilegiados sean, sin demora, suprimidos, sobre todo los recintos de los templos, de Saint Martin des Champs, de Saint Germain des Prés, de Saint Jean de Latran, de Saint Denis dc laChartre y otros dentro de los muros de la ciudad de París.
Estos lugares son el refugio de gran número de comerciantes, negociantes, obreros sin calidad, que no pagan maestría ni otros derechos al rey ni a las corporaciones ni a los gremios que tienen una disciplina y que son inspeccionados por los guardias síndicos y adjuntos, lo que da lugar a infinidad de abusos y conlleva un gran prejuicio al comercio y a los derechos de las corporaciones y de los gremios.
Estos lugares son además el refugio de gente que después de haber hecho compras considerables de mercancías, en las manufacturas, en los almacenes y en las tiendas, por su amparo en estos privilegios dictan la ley a los acreedores que se ven obligados a aceptar todas las condiciones que les son impuestas por los deudores por no perderlo todo.
Artículo 2
Que los montes de piedad establecidos por las cartas abiertas sean sin demora suprimidos. Estos establecimientos, aunque al principio parecieron una seguridad para los efectos del público, han dado lugar a numerosos abusos y hecho un daño importante al comercio en general.
Artículo 3
Que las ventas públicas no sean permitidas más que las conocidas después de fallecimiento por decisión judicial o por cese de un comercio

Artículo 4
Que los derechos de recepción en la maestría, fijados actualmente en 500 libras, continúen solamente para las aprendizas e hijas de comerciantes que justifiquen haber trabajado durante tres años por lo menos con maestras y que, con respeto a otras personas sin cualificación que quieran organizar establecimientos, sean obligadas a pagar por dichos derechos la suma de 700 libras: ventajas para los intereses del rey, del gremio y sobre todo para el comercio de la moda.
Artículo 5
Que el gremio pueda hacer el reparto de su impuesto personal sin trabas, en consecuencia que las clases prescritas por la orden del consejo del 14 de marzo de 1779 sean suprimidas. Es más fácil aumentar o disminuir con equidad el impuesto de una comerciante de 20 a 40 sueldos que hacerla pasar de una clase a otra. Que el derecho llamado de industria sea suprimido y que los sindicados contables entreguen directa­mente los impuestos al poder real.
Artículo 6
Que los viudos y las viudas puedan continuar el comercio sin ser obligados a pagar ningún otro derecho que su impuesto anual y únicamente durante su viudedad
Artículo7
Que no será otorgada ninguna orden de suspensión salv ­conducto, orden de defensa y otros que puedan procurar a los deudores la manera de substraerse a la persecución de sus acreedores en las materias consulares*,  a menos que sea con el consentimiento de los acreedores.
Artículo 8
Que el conocimiento de todos los pagarés, motivados por valores en mercancías, sea atribuido a los jueces cónsules. En consecuencia, cualquiera que sea el estado y la condición de quienes suscriban pagarés por este motivo y no hayan pagado en su plazo, que sean objeto de apremio individualmente como lo son los que aceptan letras de cambio.
Estos son los deseos y las quejas particulares comunes a todas las corporaciones y gremios de artes y oficios de París, que los comerciantes de moda han creído tener que dirigir a los Estados Generales, de cuya justicia y prudencia espera también, por medio de reglamentos sensatos y equitativos, la mejora del comercio, el restablecimiento de la confianza en las operaciones inseparables del interés del rey, por lo que res­pecta a esta parte de sus finanzas y, en fin, el bien general de la nación.
Todo se ha deliberado en el despacho del gremio de los co­merciantes de moda, plumajeros, floristas de París en donde se reunieron los sindicatos, adjuntos y diputados en ejercicio, el 28 de mayo de 1789.
E Campeau, E Jourdan, M. Roussel, Guiller, E Michaux
 J. Catelin, Bouteron, Chambigny, Bertrand et Barbieu.




(*) Los comerciantes tenían jueces elegidos por ellos, los llamados “cónsules”, que se ocupaban de litigios comerciales.
LAS MUJERES DE LOS SALONES
En los siglos XVII y XVIII mujeres de la nobleza y la alta burguesía organizaban en los salones de sus lujosas mansiones, hoteles parisinos o palacios, tertulias culturales, donde  discutían sobre las ciencias, las letras y las artes, las nuevas ideas y la política.
Astas mujeres, polemizadas en la “querella de las mujeres” y ridiculizadas con términos como “précieuses”, “femmes savantes”, pusieron de manifiesto el interés del género femenino ante todos los campos del saber, y demostraron su capacidad de gestión y organización como anfitrionas de las no siempre fáciles relaciones de los salones.
De Mery Torras (Tomando cartas en el asunto, Sargadiana, Zaragoza, 2001) tomamos dos textos muy significativos:
Corría el siglo XVIII. Por entonces, los salones  habían perdido parte de su calidad de centros pedagógicos transmisores del saber y de galanterie, que los había caracterizado en el momento álgido de este singular espacio cultural europeo, durante la segunda mitad del siglo precedente. En el llamado Siglo de las Luces los salones «se convierten en cajas de resonancia para los autores, para los artistas y para las obras» (Claude Dulong, 1992, 447). Así, las anfitrionas solían consagrar un día a sus insignes invitados: madame d'Épinay (1726 1783) recibía a Diderot; madame de Tencin (1681 1749) promovía el Esprit des lois de su protegido Montesquieu; Buffon frecuentaba las reuniones de madame Necker (1739 1794), donde debía departir animosamente con su joven e inteligente hija Germaine, antes de que ésta se convirtiera en madame de Staël (1766 1817). El ingenio de Voltaire no sólo se dejó oír en casa de la marquesa de Châtelet; el filósofo y escritor frecuentó asimismo la conversación de la insomne y ciega madame du Deffand (1697 1780), cuyas necesarias siestas durante el día permitieron a madame de Lespinasse (1732 1776) tener su propia congregación alrededor de ella y de D'Alembert, convirtiéndose, junto con madame Geoffrin (1699-1777), en una de las mayores impulsoras de los enciclopedistas. Esta última  cuenta Guyot  administraba su salón como una propiedad:
El lunes era el día de los artistas, Bouchardon, van Loo, Latour, Vernet, Soufflot. El miércoles, [Mme. Geoffrin] recibía a los literatos, a los filósofos, a los sabios, a los extranjeros: Fontenelle, Montesquieu, Voltaire, Marivaux, Diderot, D’Alembert, Grimm, Hume. Los grandes señores tenían sus cenas particulares. (Guyot, 1923a, 384)
En el transcurso del siglo XVIII, además, surgen unos nuevos espacios sociales y culturales con los que las salonniéres tendrán que competir: se trata de los cafés, los musées y los lycées (estos dos últimos funcionaban a modo de club privado). En ellos se reunirán aquellos aspirantes a escritores que no han conseguido penetrar en las esferas privilegiadas; cumplirán, por tanto, un cometido anti institucional, en contra de los salones y de las academias. Congregado en los cafés de los bulevares, este proletariado de la literatura practicaba «una mordaz crítica social, sazonada por el escándalo y la pornografia» (Landes, 1988, 55); y, si bien es cierto que, en contraste con los salones  a los que no se podía asistir sin invitación y/o recomendación-, estos lugares se encontraban a un paso de la calle, accesibles «para todo el mundo», sin embargo, es igualmente cierto que eran espacios mayoritariamente masculinos, y además, muy misóginos.